El café de Ernesto – Navidad dulce Navidad

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-Buenos días

-Buenos, señor Ernesto, El café

-Gracias

El niño de seis años pasea de la mano del abuelo por unos grandes almacenes de la ciudad mirando atónito la cantidad de juguetes expuestos para que los pida a papa Noel, a los Reyes Magos o, a las dos que de todo hay en la sociedad consumidora en que estamos sumidos. Los hay de todas las maneras, trenes que corren por las vías, coches teledirigidos, incluso aviones que accionando un mando vuelan. Abunda una especie de muñecos espaciales cargados de municiones por todas partes para matar a los seres malos que invaden la tierra. Para las niñas los muñecos son diferentes. Yo, les llamo Peponas, pero son unas peponas muy sofisticadas no como con las que jugaban las niñas de la época del abuelo. También hay muñequitas bebes, las de hoy en día hacen pipi y caca. Y las hay de mayores, con un cuerpo que ya querrían muchas mujeres para sí mismas.

Al niño, -que recibe formación religiosa o, semi-religiosa, que es como yo defino a los creyentes hipócritas, fariseos los denomina La Biblia en alguno de los tantos libros y apartados que la componen- al niño entonces, la familia y la sociedad lo está educando, a conciencia o sin darse cuenta, en la violencia hacia los que son diferentes a él, al mismo tiempo que le enseña a preservarse de los que tampoco son de su clase social.

No es que, lo que digo sea un estado mío de opinión, es que el niño le pregunto al abuelo – ¿abuelo, por qué esos seres que invaden la tierra son malos?

Primero, el niño da por sentado que hay seres que invaden la tierra. Y segundo, que los invasores son malos.

La respuesta que el niño recibe del abuelo es como sigue:

-Mira hijo, el mundo es muy grande y en él hay gente muy mala que no son como nosotros, como tú y yo, ni como la abuelita, y papá y mamá. Gentes que nada más quieren hacer daño y que no rezan al niño Jesús, ni celebran la Navidad. Y, como son muy malos pasan hambre, pasan hambre mucha hambre. Por eso nosotros ahora vamos a comprar esta gorrita y este lápiz, y también le llevaremos gorritas y lápices a los primos, de esa manera haremos una buena obra de caridad y con el dinero los niños pobres podrán comer estas navidades. A la noche cuando le reces a Jesusito se lo explicas.

El abuelo se olvido de explicarle que los niños que pasan hambre tienen el vicio de comer cada día, no nada más  por Navidad, y no solo de comida vive el hombre, también necesita educación y formación.

Un empleado de esos grandes almacenes se dio cuenta que estaba escuchando la conversación de abuelo nieto, y acercándose me dijo -¿sabe usted quién es?- refiriéndose al abuelo.

-no- le respondí

-es fulanito de tal- me aclaro

Me falto tiempo para dirigirme a mi casa, “MI-CA-SA”, una vez en ella, directo al “GOOGLE”. Indagando pude saber quién era ese fulanito de tal.

Descendiente de familia de gran linaje que amaso fortuna con el transporte marítimo allá por el siglo XVII. ¿Trata de esclavos? Pudiera ser. En el árbol genealógico hay un ministro y un cardenal. De su santo matrimonio ha tenido hijos a punta pala.

El negocio familiar está relacionado con el mayoreo de joyas y minerales. Por eso, en su momento el abuelo y, ahora los hijos hacen frecuentes viajes al África ¿a Sudáfrica?, puede ser.

África pasa hambre, lo digo por si hay alguien que no se ha enterado. Además, no solo por Navidad, pasa hambre cada día del año. Seguramente por qué los buenos les roban.

El mundo al revés aunque ese no es el “un mundo al revés” con el que soñaba José Agustín Goytisolo.

De la experiencia vivida en esos grandes almacenes me ratifico en mi teoría científica de que no existe ningún Dios. Porque si existiera sabríamos que, ESTO NO HAY DIOS QUE LO AGUANTE.

(cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) pero la hay

-Paco, buenos días

-Hasta mañana señor Ernesto

-Me pongo la boina y me voy del café

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